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ISSN 1989-4163

NUMERO 27 - NOVIEMBRE 2011

Bananas

Rosa María Ortega

    Cada día me como un plátano. ¿Que me debe de estar saliendo potasio por las orejas? Pues no. Qué va, si el potasio se queda ahí dentro. Bueno, ni eso, porque el organismo lo absorbe. Lo asimila estupendamente y no sale. Ni por las orejas ni por ningún otro orificio corporal. Es que haces unas preguntas...

    ¿Eres hombre? Porque si lo eres, como yo soy mujer, doy por hecho que si te digo que cada día me como un plátano, automáticamente tu neurona, la de abajo, va a imaginarse mi boca mordisqueando la banana en un sentido que no corresponde. Si es al revés, no pasa. Por ejemplo, tengo un compañero de trabajo, Ernesto, que todos los días, a eso de las once y media de la mañana, se come uno. A veces, dos. Y nadie le dice nunca nada con retintín. Sencillamente le dejan tranquilo comiendo su plátano de las once y media. Pero si soy yo, hay un tontolaba que grita: “¡eh, cómo te gustan los plátanos!”. Es así. Viene de serie. Una vez fui con un amigo al súper (una y no más) a comprar fruta. Meto en el carro 2 kilos de plátanos. Me mira, me da golpecitos con el codo y me guiña el ojo. “¡Qué!” –le digo. “Pschsss” –susurra- “¿los has cogido bien grandes, eh?”.

    Pero las mujeres también ven penes donde hay bananas. Como el día en que fui a ver a mi amiga, que tiene un videoclub, y planté una bolsa de plátanos sobre el mostrador. Le empiezo a contar que un señor que pretendía colarse en la frutería me ha puesto de malas pulgas, y en lugar de prestarme atención, se queda mirando los plátanos ojiplática, que es una palabra que me ha gustado siempre mucho y que debería utilizar más a menudo (no sé por qué no lo hago), porque tiene unas consonantes que conjugan muy bien, así es que antes de terminar lo que estoy contando, AVISO que la volveré a decir. Total, por dónde iba...ah, sí, que mi amiga se escandaliza: “Nena, esconde esos plátanos tan enormes, que me vas a espantar a los socios.” LOS SOCIOS. Esos señores que vienen al videoclub y tienen los pasos milimétricamente calculados, con una especie de radar que les lleva directos a la sección de cine porno, mirando al frente, a la derecha. Hacen como Eddie Murphy en aquella cinta de los 80, Superdetective en Hollywood, cuando llega con la pareja de polis a una fiesta llena de tías buenas en biquini, en busca del malo. Los polis le preguntan: “Cómo vamos a encontrarle?” Y él les dice: “¡Guiaros por la picha!”. Pues eso. La sección de películas porno salta a la vista y es un gustazo, pero yo, con mi bolsa de plátanos, soy un peligro. Así es que la cojo, la retiro del mostrador, miro a uno y otro lado como para vigilar que nadie se haya dado cuenta de que intento esconder algo (una bolsa con plátanos), y la dejo lentamente y con discreción en el suelo, junto a mis pies. Entonces, mi amiga resopla de alivio. Menos mal que no me ha visto un chaval que hay al fondo, mirando las de acción. La Santísima Trinidad de los Dolores  me guarde de pervertir a un adolescente en un videoclub con unos cuantos plátanos sobre el mostrador...

    Es que no me libro ni a las horas más intempestivas. Otra: tres de la madrugada. Horario permisivo (en tu pueblo y en el mío). Un antro en pleno centro de Barcelona, tan moderna ella y tan abierta al mar. Estaba con dos amigas esperando para pedir, cuando veo en la carta un zumo de frutas que tiene muy buena pinta, porque no quiero tomar alcohol. Cuando llega el camarero, le pregunto qué frutas lleva el zumo, y me dice: naranja, piña y plátano. “¡¡Ui, no!! ¡¡Plátano no!!” –le grito- “¡Es que ya me he comido uno hoy!”. El tipo me mira pensando, seguro, que me he fumado un porro, y mis amigas se descojonan descomunalmente, aunque una de ellas es la del videoclub, pero como no hay socios delante y son las tres de la mañana, le da igual que hablemos de plátanos o de pijos en escabeche. Le da lo mismo. Además, al día siguiente, me envía un sms para decirme que se está comiendo un plátano y se está acordando de mí. Si el caso es dejar huella en la vida, que se acuerden de ti por algo, ¿no?

    De todas formas, a mí me da que la gente no come demasiados plátanos, porque hay una falsa teoría respirando en el ambiente que dice que tienen una de calorías que te mueres, y no te cuento la de kilos que te echan en los glúteos. Pero no es verdad del todo. Lo que pasa es que los tienes que comer por la mañana, como hace Ernesto, mi compañero de trabajo, que tiene su hora ya cogida: a las once y media. Ernesto es un tío sabio donde los haya, por eso come plátanos, porque antiguamente, los pensadores hindúes meditaban bajo los plataneros, y eso cuenta mucho, claro. Luego está lo del potasio, que nos viene muy bien para cualquier cosa, además de que previene los calambres, pero ese es un dato irrelevante, porque para cuatro calambres que te dan a lo largo de la vida...ya ves tú, para eso...es mucho mejor que te libere, por ejemplo, de los cretinos que te acompañan al súper. En cualquier caso, un plátano al día se digiere bien. Pero no te comas 15 plátanos, que entonces ya no sé lo que pasa con el potasio, si se queda o se disuelve o qué. A lo mejor el organismo deja de absorberlo y sí que lo expulsa por las orejas y, claro, depende de qué trabajo desempeñes...¿a qué te dedicas? Porque...supón que haces visitas a domicilio de Gas Natural, una señora te abre la puerta, y empiezas a supurar potasio por las orejas...Ufff...no quiero ni pensarlo. ¿Cómo se iba a quedar la señora? ¡¡OJIPLÁTICA!! (El que avisa no es traidor).

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